Mi testimonio - Washington Buenaño
Han transcurrido cerca de 35 años y a través de estas líneas quiero expresar lo que Dios ha hecho en mi vida. Nací el 6 de abril de 1988, en la ciudad de Machala, hijo de Humberto Buenaño y Vilma Moreno.
Crecí en un hogar disfuncional, donde mis padres gritaban y peleaban casi a diario, algo que no le desearía a nadie cuando era niño. Es triste a esa edad tener que ver y oír a tus padres faltarse al respeto, y no poder hacer nada para detenerlo, más que guardar silencio y buscar un rincón de tu cuarto para refugiarte y sentirte protegido.
Tuve una niñez y adolescencia donde tuve que abandonar algunas ilusiones y sueños que uno siempre anhela de niño. Tuve que cambiarlos por madrugadas de trabajo, viajes, ventas, junto a mi madre para llevar dinero y así poder ser de ayuda en el sustento de nuestro hogar.
Pasaron los años y crecí dándome cuenta de lo bueno y lo malo. Mientras nuestra familia seguía deteriorándose, por lo que mi madre comenzó a llevarnos los domingos a la iglesia Alianza Central de Machala, donde fue la primera vez que escuché de Dios. Hice grandes y buenos amigos que aún conservo hasta el día de hoy. Podría decir que encontré un pequeño refugio a lo que pasaba en mi hogar.
Luego llegó mi graduación y con ella la oportunidad de viajar a Quito para continuar mis estudios universitarios. Al principio estaba llena de ilusión, pero a medida que pasaba el tiempo sentí un cambio demasiado brusco. Pasé de un hogar donde no era común tener la libertad de tomar sus propias decisiones, a una libertad totalmente absoluta.
Fue una etapa muy difícil de mi vida donde poco a poco fui perdiendo el rumbo, de lo que realmente anhelaba para mí y para hacer sentir orgullosos a mis padres. Llegaron las malas influencias y las malas amistades, como las pandillas, y tenía que pertenecer a una de estas para ser aceptado. Empecé a frecuentar reuniones con pandillas y sicarios, donde siempre portaba un arma, para sentirme más protegido y seguro. No llegué a usar mi arma, ni a participar en ningún acto delictivo, pero estuve muy cerca de hacerlo. Las peleas nunca faltaban y fue en un concierto de reggaetón donde algunos integrantes de la pandilla cayeron presos. Fue el momento donde me sentí vulnerable y decidí que no era lo que quería para mi vida.
Había llegado el momento de regresar a casa, sabiendo que me había fallado a mí mismo y a mis padres. A la edad de 20 años, conocí a Vanessa, mi actual esposa y madre de mis 2 hijas, Génesis y Sofía. Dentro de nuestra relación tuvimos muchas idas y vueltas que duraban días y hasta meses.
Luego de esto, vendría una de las etapas más difíciles de mi vida. Bueno, una de las tantas que tuve que pasar. Viajando a la ciudad de Guayaquil por trabajo, empecé a sentir que la mitad de mi cuerpo se enfriaba y empezaba a paralizarse. Mi corazón latía tan fuerte que sentía que en algún momento se iba a salir de mi cuerpo. Fue un momento totalmente aterrador donde lo único que pensaba era en regresar a casa y estar con mis hijas.
Después de esto, tuve que someterme a muchas exámenes, electrocardiogramas, y ecos cardíacos. En los que se detectó que mi corazón se había salido de lo normal debido al sobreesfuerzo y a un ritmo de vida desordenado.
Fue una etapa muy difícil, donde debido al cuadro anterior había desarrollado una enfermedad como la ansiedad, el pánico, y el miedo. Eran batallas constantes segundo a segundo con mi mente, donde sentía que en cualquier momento moriría y en realidad solo estaba esperando que llegara ese momento.
Junto con esto mi inmadurez me llevó a fracasar con mi familia. Nos divorciamos de mi esposa, agravando una crisis en mi y al mismo tiempo, causando daño a mis hijas y preocupación a mi familia. No podía estar peor–enfermo, solo, sin trabajo, sin familia y sin una buena relación con Dios. ¡Lo había perdido todo! Bueno, casi todo.
Llegó la etapa de la pandemia, donde muchas familias perdieron seres queridos, y la mía no podía ser la excepción. Falleció mi primo, que era como un hermano mayor para mí. También la muerte de mi padre, fue un golpe muy duro para mí y para toda mi familia. Nos habíamos contagiado con COVID 19, mi madre, mi hermano y yo, fue una etapa en la que tuvimos que cumplir una cuarentena. Pudimos aferrarnos más a Dios y sentir su presencia en cada día que pasaba hasta que pudimos pasar esta etapa sin ninguna consecuencia grave.
Luego de este tiempo, un día salí a pasear en mi motocicleta. Todo iba normal, hasta el regreso en el cantón de Pasaje, cuando sufrí un accidente donde casi pierdo la vida. Sufrí varios traumatismos en la cabeza, brazos, rodillas, piernas, y ojo derecho. Tuve que soportar unos 20 días de recuperación e intensos dolores por las heridas. Después de este tiempo solo pude levantarme de la cama y continuar mi recuperación.
Lo que viví en esos dos últimos meses con la muerte de mi padre, la infección de COVID 19 y el accidente que casi me causa la muerte, me llevaron a reflexionar profundamente y a querer seguir a Dios de una manera correcta. Sentí que debía buscar su propósito de mi vida, para lo cual Dios me había dado otra oportunidad de seguir con vida.
Fue así como decidí asistir a la iglesia ARCO MACHALA donde ya asistían mis hijas y mi exesposa. Fui recibido de la mejor manera por los ancianos y líderes de la iglesia, donde me hicieron sentir como parte de la familia. Así que decidí tomar consejo y tomar en cuenta la palabra que Dios tenía para mí a través de los pastores Gregorio Saldaña y Kleber Armijos.
Esto fue de gran ayuda para mi en lo espiritual, emocional y personal. Comencé a sentirme una persona comprometida con Dios y así fui nombrada como siervo en la iglesia. Junto con esto, comenzaría a buscar la restauración de mi matrimonio por medio de la oración, y con la ayuda de los consejos de los ancianos.
Fue así como luego de un año, Dios restauraría a mi familia, la cual había perdido hace 4 años, de la cual yo no tenía esperanzas. Fue el 17 de septiembre donde me volví a casar con mi esposa Vanessa. También pude iniciar un nuevo trabajo como Director Técnico de fútbol y así puedo decir que Dios me dio una nueva oportunidad para reconstruir mi vida.
Puedo concluir que a lo largo de mi vida Dios ha sido fiel y ha estado conmigo en todo momento. Yo fuí quien lo alejó de mi vida, pero su gracia y amor me hicieron regresar a su camino. Hoy le doy gracias y sé que, caminando de la mano con Él, cualquier adversidad o prueba que se presente en mi vida podré superarla porque cuento con su protección y su cobertura.